viernes, 10 de febrero de 2017

Homenaje al aficionado rojo.

El Deportivo Toluca está próximo a celebrar su centésimo aniversario, donde todo mundo honra y recuerda de manera grata tanto a directivos, jugadores y los títulos que han conseguido, pero no se ha tomado en cuenta a una parte primordial de estos logros, se han olvidado del aficionado, aquel que ha disfrutado y ha sufrido el andar del club a través de muchas generaciones.



De entre todas las cosas que se pueden decir cabe resaltar una cosa: Que duro es ser aficionado del Toluca y más serlo viviendo en la ciudad del mismo nombre, que duro y que hermoso a la vez.
El aficionado del Toluca es el más orgulloso de serlo, es un aficionado que pasó por muchas etapas que lo marcaron más que a cualquier otro aficionado al fútbol. Vive en una ciudad que vio como humildemente su equipo fue colándose a la élite futbolística y llegó al tope, pero después, por muchos años, no pudo disfrutar de triunfos y poco a poco fue perdiendo lugar y se vio relegado a ser un mero comparsa de personas que optaron por apoyar a los grandes ganadores.

Creció siendo el enemigo en su propia casa, siendo ofendido por la calle cuando portaba su playera en días que no había partido; era víctima de bromas por las malas entradas, problemas de descenso y escaso fútbol. No podía hacer otra cosa sino aguantar a pie firme y seguir profesando su amor por el club haciendo oídos sordos, sabiendo que un día le tocaría disfrutar.



Pasó el tiempo y llego ese día, el día en que pudo saborear la gloria de nuevo, rodeado de los suyos, rodeado de extraños que se hermanaron durante 90 minutos, rodeado de aquellos que antes se burlaban de él pero que se integraron para presenciar un momento de historia pura, ese lejano día del año 1998 el aficionado del Toluca regresó a la cima y de ahí nunca bajó.

El éxito creció, los feligreses del diablo aumentaron poco a poco gracias a que los pequeños que presenciaron los momentos victoriosos decidieron portar su escudo, porque algunos abandonaron sus anteriores rebaños y se dieron cuenta que en casa tenían lo que buscaban, porque ese equipo de época enamoró a propios y extraños gracias a su gran juego, sí, era una época maravillosa para el aficionado al Toluca.



Pero como lo dice la ley de la gravedad: “todo lo que sube, tiene que bajar” y de a poco el equipo ha dejado de triunfar, aún compite, pero la época dorada terminó. La sequía se extiende de nuevo y con esa sequía llega el momento de aquellos que vieron encumbrado al diablo en la gloria, de esos que, pese al tiempo, siguen siendo mayoría en donde deberían de ser minoría (tomando en cuenta el total de las aficiones rivales) y aprovechan cada traspié para saciar su sed de burla aunque a diferencia de otra época, el aficionado rojo ya no está abandonado, se tiene a él mismo, tiene a muchos a su lado y detrás que lo respaldan, aprendió que es la envidia lo que hace que aumenten las burlas y esa misma envidia corroe a los demás, quienes no pudieron disfrutar de tanto y que sólo les queda molestar.


El aficionado del Toluca sigue sin ser local en su casa, pero se ha ganado el privilegio de tutearse con aquellos que antes lo veían para abajo y no sólo tutearse, sino de no rebajarse al nivel de ellos y seguir firme en su creencia y pensamiento de que volverá a saborear la miel de la victoria y con ella podrá seguir escribiendo con letras de oro su memoria. Es por eso y más que es una raza única, que se curtió en los momentos difíciles y que gracias a eso, a diferencia de otras aficiones, ha podido saborear mejor que nadie la miel del triunfo.